lunes, 17 de marzo de 2014

Vamos a conocernos

En la primera clase, claro, hablamos con el grupo de quiénes somos y qué vamos a hacer aquí. Os sorprendería escucharles hablar de emociones ¡qué claro lo tienen! Cuanto más pequeños, más básicas las emociones, y más familiaridad para hablar de ellas. Según crecemos vamos ganando en vergüenza y en complejidad; así ya los de último ciclo hablan de timidez, vergüenza, sonrojo… y los de primer ciclo van más por alegría, enfado, tristeza y asco. En esta primera clase nos presentamos ligeramente al resto, de momento con nuestro nombre, y nombramos las emociones que conocemos. Después que cada miembro del grupo ha nombrado una emoción, y contado cuándo la siente, pasamos a ponerle “cara” y cada uno dibuja la emoción que quiere en una tarjeta de cartulina, con rotuladores de colorines. Al terminar, se “barajan” todas las cartulinas y se reparten a los pequeños actores. Los más osados ¡se subieron a la mesa para representarla! El juego consistía en hacer gestos y mímica para que los demás adivinaran la emoción que estaban actuando. Hubo algunas muy facilonas pero en algunas hubo discusión y se tardó en adivinar y es que no es tan fácil saber qué emoción está sintiendo la persona que tenemos delante siempre ¿verdad? Tuvimos también nuestro ratito de reflexión sobre qué hacemos en cada emoción (si gritamos cuando nos enfadamos o pataleamos y nos tiramos al suelo cuando estamos tristes) Y para finalizar la clase hicimos diez minutos de relajación. De momento les cuesta relajarse ya que además el espacio es nuevo para todos, no conocemos al grupo, ni a la profe, ni nos resulta sencillo guardar silencio para relajarnos “profundamente”. Se trata de que poco a poco ganemos familiaridad con las técnicas de relajación y acabemos cada clase con ese momento tranquilo que luego además nos servirá de “entrenamiento” para manejar los nervios de antes de los exámenes o de cuando la profe nos pregunta o de cuando no podemos esperar para que mamá nos lleve al cumple de nuestro amiguito.
Pequerecomendación: No siempre paramos a pensar cómo nos sentimos y resulta un reto ponerle nombre a algunas sensaciones. Podemos ayudar a nuestros hijos a identificar cómo se sienten preguntándoles si les late el corazón muy deprisa, si les sudan las manos o tienen ganas de llorar, o de golpear. Esto les ayuda a mirar hacia dentro de sí mismos y a ponerle un nombre a lo que sienten, lo que facilitará la comunicación con los mayores (con los demás en general) y después poder inventar alternativas para actuar de diferente manera dentro de la misma emoción (otras formas de canalizar el enfado, la tristeza o la alegría)

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