Me pedisteis que escribiera unas palabras para leer este día
tan especial para mis padres. Hoy que, 22 de agosto de 2015 celebramos un día
inolvidable. Hoy han pasado 39 años, diez meses y 25 días de vuestra boda. ¿Qué
pareja no sueña con celebrar un día así? Yo conozco al menos dos que la tienen
marcada en el calendario, sí. Unos ya han hecho hasta la reserva, como luego
cuesta la vida conseguir mesa en Can Roca, han
ido pidiéndola ya.
Como os decía hoy celebramos ese aniversario que ni es
aniversario ni ná. Pero es que en esta casa nuestra se celebra tó ¿o hace falta
un número redondo para hartarse de vino, música y alegría? Bah, lo de las bodas
de oro está sobrevalorado. Lo que hace falta son ganas, no números. Y de ganas
aquí… de ganas aquí vamos sobraos, verdad? Aquí los homenajeados, en los casi
cuarenta años de casados (y otra pechá de novios, ojo!) han vivido de todo, y
han probado de todo, de lo bueno y de lo malo. Eso es lo que nos dejan. Bueno,
eso, los juanetes y las caderas del ancho del canal de panamá, gracias chicos,
menuda suerte… suerte la del pequeño que como vino sin avisar se libró de los
caprichos de la genética y ha parecido adoptado desde chico. O a ver, de qué,
esa altura en esta casa, pero esto qué es. Qué insolidario. De ahí, y del
debido amor fraternal de la más tierna infancia, las batallas campales en el
salón de casa porque ¿quién no ha hecho pressing catch con sus hermanos y hermanas
poniendo los cojines del sofá en el suelo en el mismo segundo en el que su
madre salía por la puerta de casa con el monedero bien colocao en la axila
(seguro antirrobo de los años 80, qué queréis, era lo que había) y el carrito
de la compra?
Total, a vosotros no tengo que explicaros lo de la familia
andaluza, que para eso tenemos a Dani Rovira que lo hace la mar de bien. Aquí
papá y mamá, tito y tita, abuelo y abuela, hermana y… hermano ya, prácticamente,
llamadles como queráis empezaron la suya hace la tira, cuando todavía había
pesetas y la gente de los pueblos hablaba en reales. Por favor, cuando
acabemos, que alguien busque en el móvil un vídeo explicativo para los que
habéis nacido en este milenio y no habéis entendido nada de esto, dios bendiga
a google que todo lo sabe.
Papá y mamá que bien
jovencitos fueron con sus cuatro maletas y la pelirroja chiquitilla buscando el
sitio donde anidar en esas Españas de dios y acabaron encontrando el sitio
donde sumar y crecer polluelos sin dejar de mirar al día en que pudieran volver
con el resto de la familia, por aquí, por debajo de despeñaperros. A veces algunos
me decís que qué valor conducir hasta aquí, tantos kilómetros, y ahora más, con
los chiquillos… si yo os contara. Cuando nosotros eramos chicos y tirábamos
para acá no viajábamos: huíamos del país. Parecíamos una familia que se fuga. A
media noche, a horas que no estaban en el reloj, mi madre nos sacudía en la
cama ¡arriba que nos vamos a la playa! Y tú pensabas ¡coño no han abierto la
playa madre, no están ni las carreteras puestas…! Pero te arrastrabas fuera de
la cama y abrías los ojos lo justo pa no tropezar con las puertas y llegar al
coche sano y salvo pa seguir durmiendo por el camino. Y ahí estaba el arte. Maletas,
paquetes, las sillas de la playa, la sombrilla, la nevera azul, las bolsas de
plástico con comida para el camino, los cojines, un peluche, hola buenos días
¡mamá, aquí hay algo que está vivo! Calla nena que vas a despertar a tu
hermano. Así te acoplabas cual partida de tetris en la parte de atrás del coche
y cuatro horas más tarde, sin aire acondicionao, con olor a tabaco negro en la
ropa (que ahora chocará señores pero
antes se fumaba en todas partes y el mundo olía a tabaco, o rubio o negro, pero
a tabacazo) escuchabas a tu padre decir (me parece que aún lo dice, de hecho)
¡ya estamos en despeñaperros! Desde aquí el cielo tiene otro azul. Y mirabas al
cielo esperanzado. Y es verdad, al ratillo, ya te parecía que este azul era
distinto al azul de Madrid. Qué cosas ¿verdad?
Allá llegaban cual hijos pródigos a Málaga, a la invariable
tortilla de papas, albóndigas en salsa, que esperaban a los viajeros en casa de
la abuela Alicia. Y ya antes de whatsapp ya todo el mundo se enteraba de que
mañana playa o esta noche feria, que habían llegado los titos con los primos. Teníamos
un grupo, ¿os acordáis? Se llama familia, funcionaba que no veas. Tocábamos al
telefonillo, salíamos a la placita, íbamos a ver a la prima y de allí a la tita
y luego ya alguno llamaba al que andaba más lejos y en minutos todo el mundo
sabía lo que tenía que saber. Qué tiempos. Mañana a la playa era meter 12
chiquillos en el Renault 12, las sombrillas, las sillas, el cubito, la pala y
la canción ¿os acordáis? La varita de mimbre en la mano.
Tito otra cosa no, pero de canciones nos ha dejado la vida
llena. Yo los recuerdo en casa, en mi casa las peleas matrimoniales tenían
banda sonora ¿en la vuestra también? En mi casa cuando se iba a zanjar una
discusión mi madre canturreaba “ay la línea, línea de la concepción…” y cuando
era mi padre el que iba a entonar el canto de la paz se escuchaba “viva Málaga la
bella…”. La música amansa a las fieras, ya veis. Los matrimonios felices no es
que no discutan, pero tienen estas cosas tontas para salvar las diferencias,
supongo que es lo que hace que hoy estemos aquí, casi cuarenta años más tarde.
En cuarenta años ha dado tiempo a todo, porque mis padres
eran, y son, una fábrica de tiempo andante. Ha dado tiempo a todo tipo de
actividades extraescolares, deportivas y de diversión. Mis padres conseguían
llevarnos a los tres a fútbol, a kárate, a gimnasia rítmica, a natación, a
juvenalia, al aquópolis, al parque de atracciones, a la parcela del padrino, al
parque las noches calurosas de verano, a la feria de Málaga, a la de la Línea,
a Gibraltar, a todas las excursiones imaginables y algunas inimaginables, no
estaban nunca cansados, o eso nos parecía, tenían ganas de exprimir cada
minuto. Otro regalo que nos dejan, y en lo que son un ejemplo. No sólo cuando
jóvenes, ojito. Que dices tú, claro, claro, de chaval te comes el mundo… bueno,
a ver. Que mis padres hambre, hambre, no han pasado pese a los tiempos que les
tocó vivir pero ese apetito por pasarlo bien no se les pasa. Ahí los tienes, el
día que los haces abuelos. Se recogen las memorias de canciones, juegos y
adivinanzas, se las meten bajo el brazo (sí, sí, como el monedero de antes) y
se echan a los hombros sus cinco nietos con las mismas ganas y la misma alegría
con la que cuidaron a su prole. Celebrando cada ocasión, yendo y viniendo a
natación, gymdance, judo, teatro, papiroflexia… lo que les echen. Y no
contentos con eso ¡oiga! Que ya somos mayores ¿no? Pues ahora toca Benidorm. Sí,
sí, como lo oís. No que como ya somos mayores toca recostarse y descansar, no. No
que como ya no tengo que trabajar puedo dedicarme a hacer una vida tranquilita.
No que como ya no tengo que sacar adelante a mis hijos puedo levantarme tarde…
Mis padres son un ejemplo, no me canso de decirlo. Mis padres
saben lo que es sortear los fines de mes achuchaos con mil formas de cocinar
las papas y otras tantas de aprovechar la ropa y de ahorrar apagando luces, pa
que no falte una navidad ni una excursión del cole.
Mis padres saben lo que es tirar para delante de una casa en una
ciudad extraña y sin familia alrededor, que los que tenemos niños chicos
sabemos lo que vale tener una madre, una hermana, una prima cerca. Y viéndolos
se queda con nosotros el creer que todo es posible y con eso hemos ido
creciendo, los tres. Pensando que se puede todo, que todo vale la pena
intentarlo. Pero sobre todo y ante todo, nos han enseñado a disfrutar. De lo
mucho y de lo poco, de las oportunidades que se presentan así, al vuelo. Mira mi
madre, tú le dices “mama, mira que voy a acercarme que una muchacha me ha dicho
que han abierto ahí un…” no te da tiempo a terminar. Mi mama se está poniendo
ya el vestidillo. No sabemos del todo para qué, pero nos apuntamos. Mira mi
padre, que le dices “mira que he estado mirando un sitillo en Benidorm que…”
ahí lo tienes. Bueno, no, ya no lo tienes. Se ha bajado a limpiar los cristales
del coche y a ponerle aire a las gomas. Sí, sí, canturreando lo de la varita de
mimbre en la mano, sí.
Brindo porque esa alegría sea inagotable, porque sigan
repartiendo risas alrededor, porque los años venideros les llenen de diversión
y de ilusiones y porque los compartamos con ellos como ahora. Que de un brindis
en plan “a ver si nos juntamos un día de feria, como este año hacemos cuarenta de
casados…” hemos acabado aquí, en semejante sarao, gracias a la ilusión y las
ganas de esta familia. Somos lo más grande. Salud.